El oscuro camino de la trata de personas

Uruguay prepara una ley integral sobre trata de personas, un problema que se agravó desde que en el país ocurre el origen, tránsito y destino del delito. Desde 2008 la Policía rescató a unas 100 víctimas y, solo en 2014, el Mides atendió a 118 posibles casos. En julio, EE.UU. envió su advertencia.

El proxeneta y su esposa iban en los asientos de adelante. Sandra Ferrini comía un sándwich en la parte de atrás. En cada mordisco dejaba caer las migas sobre el tapizado, en lo que entendía una inocente venganza. Un camión embistió al auto en el que viajaban y a otros nueve vehículos. El espectacular choque fue titular en la prensa italiana. Sandra sobrevivió, pero quedó por un tiempo en silla de ruedas. Aquel accidente de 2005 fue, paradójicamente, uno de los momentos más felices de su vida. La red de trata que la explotaba desde hacía 37 años la dejó tirada y libre en la calle. "La máquina dejó de funcionar".

Durante la entrevista pide no abrir las cortinas, está acostumbrada al encierro. Su historia, como la de 21 millones de personas en el mundo que son objeto de trata según la Organización Internacional de Trabajo, transcurre en penumbras. Apenas parte del Estado y las ONG que se ocupan de dar cobijo a las mujeres explotadas sexualmente, toman dimensión del asunto. El Paso, una de estas organizaciones uruguayas, atendía hace tres años a una víctima por semana. Hoy llegan a cinco.

El dinero, estimado en 150.000 millones de dólares anuales a nivel mundial y apenas por debajo del narcotráfico, sumado a la larga utilidad del producto-máquina-persona, explica el poderío de este "negocio". Sandra llegó a "valer" 1.000 dólares en Italia y el doble en España. Todo para que la dejaran hablar con su hijo o que su padre permaneciera con vida un día más.

La primera vez fue cuando tenía ocho años; su madre la vendió a un vecino del Cerrito de la Victoria. La niña debió cruzar el cantero que separaba ambas casas y vio al hombre cuando su esposa no estaba. En el dormitorio, aquel adulto de rasgos agresivos, recuerda, le hizo algo que a ella le dolía, pero no lograba comprender qué era. Su madre esperó en el living, cobró y se fue. En los días y años siguientes Sandra fue el recipiente en el que otros vecinos y sus amigos depositaron su goce y los valores de una sociedad machista.

"A los 14 años conocí al joven D. Me prometió que iba a sacarme de aquel infierno y me llevó a vivir a un hotel en Paso Molino. Me contó que robaba y que con esa plata íbamos a comer", recuerda Sandra como flashes, otra de las secuelas que le dejó la explotación. Pero al tercer día de su "nueva" vida, el "compañero" le manifestó que la Policía lo buscaba y que ella debía salir a la calle. "Ya lo hiciste más de una vez". Esa fue la excusa. "Si no, mato a tu viejo". Esa fue la amenaza.

Puede que para cualquier mortal la primera pregunta sea: ¿cómo no escapó? "Es difícil tener opción cuando la persona está en situación de vulnerabilidad, sufre maltrato y amenazas", explica Sandra Perroni, coordinadora del servicio de atención a víctimas de trata de la ONG El Paso y del Mides. Por eso a la hora del reclutamiento el primer paso de toda red hay un juego de seducción y otro de fuerza.

A sus 55 años, Sandra Ferrini no tiene casi familia. Tuvo cuatro hijos: uno murió a los pocos días de nacer, otro se suicidó, a un tercero lo robó la red en Italia y al cuarto no lo ve desde que su historia se hizo pública en una película y sus nietos conocieron el...

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