La Biblia y el calefón

Álvaro OjedaEL AUTOR de la famosa letra de tango "Cambalache", Enrique Santos Discépolo, decide en 1918 -tenía apenas 17 años- representar su primera obra teatral. Había debutado un año antes como actor más que secundario, en una obra ya olvidada -El chueco Pintos- en el papel de portero de un conventillo. Actuaba al lado del entonces famoso actor cómico Roberto Casaux, recién escindido de la compañía de Florencio Parravicini. Nombres casi desvanecidos, forjadores del teatro nacional argentino y rioplatense. La obra de E. Santos, como firmaba por la época, se llamaba Los duendes y tenía un argumento pueril. Una familia compra una casa que imagina habitada por duendes. Para solucionar el problema, los nuevos dueños contratan a dos detectives que no averiguan nada y que se dedican a comer todo el tiempo a costa de los ingenuos dueños. Una mezcla de trama policial con humor tonto.Las críticas fueron justas y por lo tanto desfavorables, aunque la obra se estrenó en el Nacional y contó entre su elenco con una joven y prometedora actriz: Olinda Bozán. Ante el fracaso, Enrique cambia la pisada. En su segundo intento se reserva el modesto y precavido rol de "adaptador" en la obra El señor cura, basada en un cuento de Guy de Maupassant. La trama de la obra debió causar algún revuelo en la época. Un cura descubre que antes de ordenarse sacerdote tuvo un hijo natural. El hijo es un individuo malévolo, y el cura debe convertirlo para salvar su alma de la que es responsable como padre biológico y como sacerdote. Durante un monólogo el cura desliza: "¿Por qué, Señor, esta maldición a mi edad? ¿Este es el pago a mis 25 años de santidad y de calma…? Si eres quien me abandona, ¿dónde he de encontrar la protección que necesito?" El hombre que se cree justo -lo sea o no- increpa a Dios por haberlo abandonado. Ha nacido la clásica frase interrogativa discepoliana. Y con ella, un apellido convertido en adjetivo, lo discepoliano -procedimiento reservado a Kafka, Fellini o Borges- que define la situación de desamparo del hombre ante un destino que no logra comprender y que lo abruma con su perversa mezcla de abuso, negligencia, banalidad.Raíces. Antonio Discépolo y Carmen Silano -los abuelos campesinos y analfabetos de Enrique Santos Discépolo- tuvieron un hijo músico y aventurero. Se llamaba Santo y había nacido en 1850. Egresado del Conservatorio Real de Nápoles, en donde estudió instrumentos de viento, piano y contrabajo, Santo decidió emigrar hacia Argentina con 21 años para "hacer la América". Lo esperaba un país gobernado por Sarmiento con dos millones de habitantes que en 1871 recibió a 14 mil europeos, 10 mil de ellos italianos. La torrencial presencia inmigrante y su mestizaje con los criollos desclasados, que también emigraban hacia Buenos Aires, produjo un movimiento cultural sin precedentes en la región, cuyo epicentro fue el más sórdido suburbio. El nieto de aquellos campesinos analfabetos sintetizaría las características de este producto cultural, en la letra que escribió en 1947 para el tango "El choclo" de Ángel Villoldo: "mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia/ llorando en la inocencia de un ritmo juguetón".Ese suburbio mestizo, paupérrimo, hacinaba a criollos y gringos en los más de tres mil conventillos que tenía Buenos Aires antes de 1890, con una población que ascendía a unas 200 mil personas. La música salvó a Santo del destino atroz del conventillo: fue reclutado como miembro de la Banda de Policía y Bomberos de la ciudad. Un dato nada menor señala que de los 30 mil italianos que residían en la Argentina, 300 eran músicos. Santo se integra a la sociedad que, mal que bien, lo acoge: se casa en 1875 con Luisa de Luque -también inmigrante- y forma parte de la orquesta del Teatro San Martín, inaugurado en 1887. Más...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR