Auge y caída del humor político

Hay que empezar por el principio: nadie, absolutamente nadie tiene derecho a limitar la libertad creativa de un artista, en la medida en que este no incurra en un delito. Y hacer chistes malos o insultantes no entra, hasta donde yo sé, en ninguna tipificación legal: si se sancionara la afectación al honor personal, las redes sociales estarían (felizmente) abolidas. Y tiene su lógica, porque la calidad o no de un guion, su buen, mal o peor gusto, son valores subjetivos, que tienen que ver con el contexto cultural de quien lo formula y quien lo recibe. Chistes ordinarios hubo y habrá a lo largo de toda la historia del arte y la literatura, desde Aristófanes hasta los Monty Python. > > No existe una línea divisoria que delimite lo que está bien de lo que está mal. Más aún: si algo caracteriza la evolución del arte es una dialéctica generacional, de sucesivas rebeliones y parricidios, donde las academias rechazan y excomulgan a quienes transgreden las reglas impuestas por ellas, y los transgresores terminan conformando una nueva academia que se rehusará a aceptar futuras rupturas a las suyas. > > Se me dirá que en los casos mencionados no hay mucha transgresión ni ruptura que digamos. Es cierto. Asistió la razón al músico y columnista Fernando Santullo, cuando comentó antenoche en el programa Todas las voces de Canal 4, que el chiste sobre Larrañaga revelaba un conservadurismo "victoriano", más propio, agrego yo, de un chusmerío berreta que de un talante contestatario. Pero en última instancia, la percepción de calidad corre por cuenta de cada espectador. Confieso que me provocó cierto alivio leer que uno de los responsables de la murga expresó su voluntad de pedir disculpas a la familia del exministro. Pero tampoco compro la idea de que esa buena actitud excuse la liviandad de un chiste que debió haber sido escrito, releído, memorizado y largamente ensayado, sin que nadie tomara conciencia de su guarangada.> > El resto lo hizo la lucha en el barro de las redes, con trolls de un lado y del otro que se pegan con saña, como si un chiste torpe del que alguien se arrepiente pudiera dar pie a un profundo debate ideológico.> > Uruguay es un país de grandes humoristas. Pienso en Peloduro, Wimpi, Juceca, los Lobizones, Jébele Sand, Imilce Viñas, Ricardo Espalter, Fernando Schmidt. Pienso también en las comedias delirantes de Luis Novas Terra, Ana Magnabosco y Dino Armas. Hay una tradición que viene desde la revista Lunes y sigue con El dedo, Guambia...

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