Brasil, o el valor de las formas

La democracia tiene formas y formalidades. Aquellas son las garantías de los derechos constitucionales, aseguradas por la separación de los poderes. Las formalidades son los procedimientos que regulan su funcionamiento.De esas formas vituperaron por años los socialistas, despreciándolas por vacías. ¿De qué valen los derechos abstractos, formales, si hay pobreza, decían? Cuando vinieron las dictaduras, no toda aunque sí la mayoría de la izquierda latinoamericana, aprendió con dolor el valor de esas libertades "formales". Que no aseguran un buen gobierno (ello depende del voto ciudadano) pero sí el ejercicio de las libertades fundamentales y el supremo valor de las elecciones libres que permiten la rotación del poder.De las formalidades, a su vez, suelen vituperar tanto la izquierda (que las juzga remedo aristocrático) como la extrema derecha, que en nombre de la eficacia vive renegando de ellas. Por eso es que Trump ni siquiera fue a la toma de posesión de Obama, como antes la Dra. Kirchner se negó a entregar la banda presidencial al ingeniero Macri. Ese irrespeto lo volvimos a vivir este 1º de enero en Brasilia. Bolsonaro nunca reconoció la derrota, se fue a los EE.UU. y no dijo una palabra para desactivar a los grupos de sus partidarios que a la puerta del comando del Ejército se aglomeraban, sin rubores, para reclamar un golpe de Estado militar.Cuando un presidente asume una actitud así, estimula el fanatismo de sus partidarios y a partir de allí habilita todo. Despreciar los imprescindibles símbolos del traspaso del poder, es ponerse en el camino de otros atropellos. Así pasó con Trump y el inverosímil asalto al Congreso en aquel extraño 6 de enero. Ahora fue el 8 en Brasilia y el espectáculo fue tan grotesco como el otro, pero en este caso con perspectivas de violencia que flotaban en el ambiente. La barbarie de esos atropellos, difundida por la televisión y las redes, a miles de millones personas, se expandió como una corriente eléctrica, que sacudió al mundo democrático.La violencia nunca es inocua. Siempre produce efectos. Las más de las veces, sin embargo, son los contrarios a lo que procuraba.Es lo que ha pasado en Brasil. Lula llegaba al poder con una mayoría exigua y minoría parlamentaria; tuvo que añadir 12 ministerios a su gabinete para armar el rompecabezas de su coalición pluripartidaria y en el horizonte se le asomaban difíciles desafíos financieros.En una semana, los energúmenos golpistas que asaltaron los edificios...

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