El buen mal gusto

JOHN WATERS eligió nacer en Baltimore, no en Nueva York o en Los Ángeles. Se tiñe un bigotito en honor a Little Richard, su ídolo máximo, que no es Elvis Presley, y si pudiera le gustaría ser Johnny Mathis, que no es Frank Sinatra y cuya voz cálida y celestial hace que la gente se olvide de que es negro y homosexual. A los doce robó su primer libro, una colección de cuentos de Tennessee Williams (que no es Arthur Miller) y ese libro le salvó la vida, le enseñó que no tenía que preocuparse por encajar en una sociedad de la que no deseaba formar parte, que había otro mundo y que no bastaba con ser gay: ser ambiguo era muy superior. Waters también dice que prefiere a Jayne Mansfield antes que a Marilyn Monroe y a Alvin y las Ardillas antes que a los Beatles.Esto último es una humorada, pero al mismo tiempo va totalmente en serio. Lo de Waters es una cuestión de gustos, y de principios. Su intención como cineasta es complacer y satisfacer a una audiencia que piensa que lo ha visto todo; forzarlos a reírse de su propia capacidad de todavía ser shockeados por algo. El arte según John Waters debe escandalizar, y uno de los mejores vehículos para el escándalo es el mal gusto, siempre y cuando sea usado creativamente y con estilo por alguien que comprenda el mal gusto, o sea: alguien con buen gusto y un sentido del humor retorcido.NADA ES SAGRADO.Mis modelos de conducta es un buen comienzo para quien desee comprender cómo John Waters llegó a ser así de raro. Trabaja seis días a la semana y los viernes se emborracha en los peores tugurios en busca de material profano; le encanta la moda pero su marca favorita se especializa en ropa diseñada para quedar mal; tiene una colección de cajas chinas de Bin Laden y un pintura hecha por el asesino serial John Wayne Gacy en el cuarto de invitados, para que nadie sienta deseos de prolongar su visita más de lo necesario.Se trata de un entretenido conjunto de textos en los que el susodicho nos cuenta sobre sus héroes, que van desde los artistas mainstream arriba mencionados hasta una miríada de personajes insólitos que se mueven bajo la línea de flotación. Por momentos uno cree estar leyendo un catálogo de pervertidos. Están, por ejemplo, Bobby García, que vivía a un par de cuadras de una base naval y reclutaba marines para sus películas porno caseras y ahora vive en una casa sin techo llena de animales; Lady Zorro, una stripper lesbiana adicta al crack, y Leslie Van Houten, la más bonita de las chicas Manson. Waters se acerca a...

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