Otra década perdida

La gente del campo está reaccionando frente a las políticas que han atrasado el tipo de cambio, elevado los precios de la energía y los impuestos, aumentado el endeudamiento, el cual crece para pagar el déficit y en términos generales, aumentando el gasto de baja productividad de la economía, desalentando por esa vía la inversión y el crecimiento.

Lo cierto es que ni las manufacturas, ni la agropecuaria han atravesado por un ambiente de políticas favorables a la inversión, el crecimiento y el empleo. Operan como causa y también como consecuencia el distanciamiento de las capacidades humanas respecto del patrón predominante entre los países que más innovan, más crecen, más invierten y también los que crean mejores oportunidades laborales para su gente.

Un resultado de estas tendencias radica en las limitaciones de nuestra gente para alentar el espíritu emprendedor, la innovación, la creación de complejos productivos que superen por el asociativismo las limitaciones de las microempresas que siempre remuneran muy mal el empleo.

En 2017 crecimos el 3 por ciento y las cúpulas ministeriales tiraron cohetes. Este crecimiento fue un producto de más consumo y menos inversión. En el fondo, fue un crecimiento financiado con endeudamiento para hacer frente al crecimiento del déficit público y escasa participación de la mayor producción, empleo y productividad. Todas las fichas están jugadas a los inversores extranjeros que nos ponen condiciones exageradas para hacernos el favor.

Nuestro país ha descubierto desde épocas coloniales las oportunidades para el crecimiento de la producción de alimentos.

En algún momento desde la segunda mitad del siglo XIX, la modernización permitió el aumento de la productividad y...

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