Detrás del gol

El mundo vivió abstraído las últimas semanas. Algunos países aún siguen en esa ensoñación de hazañas, mientras los que van quedando fuera del Mundial (tanto los protagonistas deportivos como los hinchas agonistas), transitan por los aeropuertos como por el canal uterino y retornan a sus países como si nacieran a una realidad nueva. “Se me terminó el mundo”, me dijo alguien, conmocionado por la sanción a Suárez, quebrado existencialmente por una derrota deportiva que vivió como personal, porque se sabe, en el campo de juego “somos tres millones”. Pocas cosas amamos más los uruguayos que a esos vencidos que convertimos en vencedores y poco se demoró en trucar el “Artigas” de Blanes con la cara del goleador que luego se convertiría (profética paradoja) en el expulso, a quien casi todos defendían.Ya lo dijo Manuel Castells: vivimos en un mundo de “virtualidades reales”, compuesto por experiencias concretas pero también por imágenes virtuales que, lejos de ser interpretadas como metáforas, se convierten en tangibles. El gesto de triunfo y revancha del que cierra el puño y empuja el brazo, parece atravesar otra dimensión y permitirle hacer desde el living de su casa el pase mágico que convierte un gol, a miles de quilómetros de distancia. Llorar, reír, abrazar a desconocidos, experimentar la alegría del grupo, el goce de la participación en un colectivo esperanzado en el éxito y reforzado en su identidad: esas son las gratificaciones que esas realidades virtuales deparan.Apearse de esa experiencia embriagadora y expectante, de su alta dosis de adrenalina, es algo que todos hacen con dificultad, ya desde Brasil vuelo mediante o simplemente apagando el televisor para regresar a un mundo que de pronto se quedó sin heroísmos ni...

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