Una digna evocación de la incomparable rubia del cine

Hay tantos "monroísmos" en esta película que los admiradores de su modelo original (la incomparable Marilyn, claro) pueden tener algún problema a la hora de intentar una evaluación objetiva. Sin pensarlo demasiado, el autor de esta nota ha decidido que, simplemente, no piensa hacerla.Marilyn está realmente en la película, querida y entendida por un equipo cinematográfico inteligente, y ese es el primer mérito (y el mérito central) del resultado. No importa cuánto haya de cierto, cuánto de inventado por Colin Clark (asistente de Laurence Olivier y autor del libro original que el film adapta) y qué otras ficciones de situación y diálogo hayan agregado el guionista Hod- ges y el director Simon Curtis. Lo que cuenta la película es esencialmente verdadero.O, por lo menos, lo es en cuanto a credibilidad de actuaciones y conductas. La película elige un breve período de la vida de su estrella (el rodaje de El príncipe y la corista) para sintetizar un drama mayor que terminó en una sobredosis de pastillas (no importa si autoadministradas o proporcionadas a la fuerza por terceros). Marilyn estaba casada con Arthur Miller (Douglas Gray) en lo que era claramente un curso de colisión, quería ser reconocida como una actriz seria, y decidió producir la adaptación cinematográfica de la pieza de Terence Rattigan The Sleeping Prince y ser dirigida por el ilustre Olivier (Kenneth Branagh).Su inveterada inseguridad la convenció de que lo había estropeado todo, cuando cualquier revisión confirma que ella es lo único interesante (fresca, buena comediante, y por supuesto despampanante) de El príncipe y la corista, un monumento a la trivialidad y la pesadez teatral que Olivier maldirigió y sobreactuó. Las razones de ese fracaso aparecen razonablemente comprendidas por quienes hicieron esta...