Sin embargo, ¡el fóbal!

¿Compulsión del alma? ¿Será que sigue teniendo razón Jorge Manrique en que siempre "a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor"? ¿O será que reencarnamos la enseñanza de Juan Carlos Patrón y "Cuando el ombú de la existencia sacude el viento del recuerdo, se llena el alma de "murmuyos" que cuentan cosas del tiempo viejo"? ¿O será que aplicamos al fútbol esa nostalgia que nos campea los 365 días del año y no solo en la bailable víspera del 25 de Agosto? No. Rotundamente, nada de eso.

Si Maracaná nos regresa como una obligación es porque los que, al costado de la radio, quedamos roncos en la soleada tarde del 16 de julio de 1950, los que esa noche festejamos en 18 de Julio estremecidos por la sirena de El Día, y en la noche siguiente vivábamos en el Estadio a Obdulio, Schiaffino, Julio Pérez, Ghiggia y todos, gritábamos desde el alma "Uruguay pa todo el mundo", no por soberbia triunfalista sino con fundamento.

Con tanto fundamento, que en esa consagración mundial que se sumó a la de 1930 y los campeonatos olímpicos de 1924 y 1928 fortalecimos la convicción con legítimas raíces en nuestra cultura y nuestra vida institucional de que el Uruguay era fuerte… y podía. Y en ese cimiento apoyamos la dignidad personal y nacional de distinguirnos por nuestros talentos y virtudes, como muy bien manda la Constitución.

Voceado en las esquinas como "fóbal", el fútbol transmitía y asentaba valores. Teniendo a su frente a César Batlle Pacheco, Atilio Narancio, Gastón Guelfi y tantos otros, simbolizaba actitudes y proyectaba personalidades impolutas.

Después nos pasó de todo. El Uruguay que, en medio de una ciénaga de tiranías, se había erguido como isla de libertad se travistió en un país que...

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