Las escalas de valores

Hay épocas en que la escala de los valores culturales se mantiene firme y hay otras en que esa escala se tambalea, como si se perdiera toda certeza sobre la medida del talento, la sensibilidad y el poderío expresivo. En esas épocas dudosas, como la que vive el Uruguay actual en materia artística, la verdadera capacidad creadora puede confundirse con la mediocridad y el oportunismo, sin que eso preocupe a casi nadie.El arte pertenece a un territorio muy delicado, en el que no intervienen las aclamaciones masivas, la popularidad clamorosa ni la idolatría, sino apenas el cálculo de la hermosura. En ese campo las emociones no pueden medirse con la precisión de una tabla aritmética y no parece fácil decir por qué una pequeña naturaleza muerta de Giorgio Morandi vale más que un gigantesco mural pintado por un mediocre, o que unas pocas páginas de Juan Rulfo son más perdurables que un grueso tomo escrito por un narrador rutinario. La hermosura tiene un peso imponderable, que solamente se estima a través del buen ojo y el buen oído. Lo peor de todo es que a menudo el talento legítimo se descubre tardíamente, de manera que el artista vive y muere sin que su valor sea descubierto y ese reconocimiento llega de manera póstuma, es decir imperdonablemente demorada.En la cara opuesta de ese injusto panorama artístico, hay casos más vistosos que auténticos, capaces de atraer la atención general. Son ejemplos demagógicos que pueden despistar a la opinión pública, convenciéndola de que su obra es un equivalente de la belleza, la intuición y la inventiva. Entonces esos casos usurpan el sitio que debería corresponder a los verdaderos creadores, apropiándose del interés del prójimo y confundiendo a la opinión general, hasta convencerla de que esos usurpadores son protagonistas de las inquietudes artísticas de una comunidad.Cuando José...