'Esperá, no te sueltes', le advirtieron los menores

Paola González (28), la joven cajera secuestrada, no vio los rostros de sus cuatro secuestradores. Llevaba en la cabeza un buzo, y tenía sus manos atadas. En las seis horas que duró el cautiverio, Paola temió dos veces por su vida.La primera de las veces que la joven pensó que su vida estaba en peligro fue cuando la Policía y los delincuentes se tirotearon en el piquete armado a la altura del kilómetro 191 de la Ruta 9. Los disparos de los policías impactaron sobre el vidrio trasero de la camioneta Chevrolet S10, doble cabina. Los vidrios cayeron sobre el rostro de Paola.Uno de los menores le recriminó a otro que cuide la munición: "Aguantá, aguantá. Que no sabemos qué puede pasar después", le decía.La otra ocasión en que razonó que su vida realmente estaba en peligro fue cuando era arrastrada campo traviesa por sus captores, bajo la oscuridad de los bosques del balneario El Caracol y en una búsqueda desesperada de los delincuentes por dar con una casa habitada.Según relataron familiares de la joven a El País, los secuestradores buscaban un teléfono para poder negociar con la Policía la entrega de Paola. Para la joven, deambular de una casa a otra se hizo cada vez más penoso. En algún momento temió que uno de los delincuentes le disparara algún tiro en la cabeza para, de esa forma, deshacerse de ella.Los delincuentes no querían utilizar su celular para comunicarse con la Policía porque tenían la esperanza de concretar la fuga, explicaron los familiares de la joven a El País.La historia del secuestro de Paola se entrecruza con sus familiares más directos: hermano y padre. Al no poder hacerse de un botín más elevado -$ 10.000 que se repartieron en cuatro partes- uno de los menores rodeó el brazo alrededor del cuello de Paola y le colocó un revólver en la cabeza.Las casualidades de la vida o del destino llevaron a que su hermano se encontrara en ese momento en la estación de servicio, ya que es repartidor de alimentos. El hermano de Paola llamó al esposo de ella, de profesión policía, que se preparaba a jugar al fútbol con compañeros en una olimpiada policial.Con los botines puestos, el esposo de Paola cargó combustible en su auto particular, buscó a su suegro y al padrino de ella y salieron rumbo a El Caracol, donde se ocultaron los delincuentes.Otros compañeros del esposo de Paola, que estaban de franco, también se unieron a la búsquedas. Este grupo estuvo apenas a 300 metros de la casa en donde se escondían los delincuentes. Peinaron varias viviendas...

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