Hombre-sombrero

(desde Buenos Aires)AZULADA, LA LUZ del spot tiñe la copa del sombrero de doble ala y recorta su superficie del resto de la escena. Por ese irrepetible momento, Bob Dylan queda reducido a un cuerpo oscuro que se extiende entre los listones de madera del escenario del teatro Gran Rex y la abertura del sombrero que, puesto bajo esta otra luz, se revela hiperreal, con el contorno acerado de un ovni. El tripulante-comandante Dylan guía al grupo hacia el conmovedor final de "Simple Twist of Fate" (1974), ralenteando el soplido de su armónica (un tren llegando lentamente…) mientras el grupo se hamaca en su irregular, espástico swing. Cuando terminen, el hombre hará una mínima articulación de su rodilla a modo de marcación que dejará al sombrero en una posición todavía más protagónica, escindido de la realidad como los objetos flotantes del teatro negro.Por eso no extrañará que al final del último concierto de cuatro de Dylan en Buenos Aires, un fan (¿o habría que llamarlo "fanático", ya que el apócope se revela demasiado trivial en este contexto?) se escape de la seguridad y alcance el centro del escenario para buscar la mejilla del hombre que (creemos) está debajo del sombrero.Será tanto un gesto de afecto extremo como la necesidad desesperada de constatar la realidad después de haber presenciado durante casi dos horas el extraño espectáculo de un mito que trabaja en el borde de la humanidad tangible, la obra de arte y el rumor de la historia.BOB DYLAN TIENE setenta y un años y lleva dos décadas y cuatro años girando por el mundo con una banda bajo el paraguas de lo que ha llamado Never Ending Tour (La gira interminable). Sus movimientos prescinden, por tanto, de la lógica de mercado que indicaría armar una gira en torno al último lanzamiento. Curiosamente, sus últimos discos son lo suficientemente sólidos, sabios, como para no estar necesitando una reentré calculada de su catálogo. (Imposible imaginarlo en la senda de las giras temáticas estilo Roger Waters. ¿Cuál sería su The Wall?).Además, este Dylan "tardío", como lo llamó el crítico Federico Monjeau en el diario Clarín, es otro artista. Si se dedica a revisar parte de su pasado es solo para juguetear como una viuda negra con una mosca. Digamos que lo desgarra. De aquel ruiseñor agudo de la contracultura a este cuervo ácido del memorial del (mal) sueño americano capaz de socavar la evocación con su silabeo encriptado, su retorcida lectura de sí mismo.El que alguna vez fue el niño maravilla del Greenwich...

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