Magurno, humano

En una época en que los velatorios se sujetan a horarios que parecen de oficina, el de Óscar Magurno Souto fue continuo: todos nos citamos con todos, desde que se supo su muerte hasta que partió el cortejo.Lo despidieron toda suerte de ciudadanos y grupos contrapuestos, que, al testimoniar su afecto por el alma mater de medio siglo de La Española, ratificaron que en el Uruguay siguen palpitando los buenos sentimientos, la convivencia fraterna, la coincidencia en lo humano por encima de lo sectorial.Magurno se marchó como vivió en sus sesenta años largos de trabajo: sin horas límites. A las seis y media llegaba al despacho o recorría el sanatorio por sorpresa, las puertas abiertas para los desconocidos que, al alba, clamaban auxilio para discutir con el dolor o defender la vida de un ser querido. Laboraba todo el día. Sobre la medianoche peleaba en Nacional, Welcome o la Cámara, siempre con pasiones acendradas, pero sin ideologías que le pusieran fronteras a sus sentimientos.De lejos se le reprochaba acumular poderes. De cerca se le admiraba asumir deberes. Sin segmentación ni especialidad, supo pensar por sí mismo. Con una conciencia institucional casi instintiva, diagnosticaba lo esencial y escuchaba razones con la apertura de espíritu que en él había sembrado tan sólo la Escuela Pública que pizarrón, tiza e inspiración de Varela, Vaz Ferreira y Figueira nunca perderá su capacidad de enseñar evidencias y sembrar valores.Si sentimos que dejó semillas y esporas que merecen vivir, es porque Magurno siempre fue sensible al desvalido, sin abrigar resentimientos ni atizar guerras de clases sino cultivando lo básico y permanente; porque, con la agilidad de un universitario no atado a los paradigmas aprendidos, pensaba sin sistema rígido, por ideas a tener en cuenta; y porque...

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