Las manías del estudio

EN EL RÍO DE LA PLATA, una región no anglófona y bien lejana de los centros de irradiación del rock internacional, los discos fueron siempre muy importantes para apreciar a los músicos. Tal vez por eso, durante muchos años Dylan fue una figura más conocida que realmente escuchada. Suele decirse que su discografía es despareja y que siempre fue mejor compositor que intérprete; las tan comentadas letras solían brillar por su ausencia en las ediciones locales. Y su apego a las formas folclóricas daba al sonido de los álbumes una opacidad poco interesante para el rockero local.Hay que decir que la propia leyenda de Dylan, tan rápidamente construida, debe haber conspirado más de una vez en su relación con músicos y productores. Pocos se animaban a marcarle el paso a Bob en el estudio, y cuando lo hacían, solían ser sacados del medio por el manager de turno. Baste recordar que Albert Grossman se estrenó en el manejo empresarial de Dylan complicándole la vida a su descubridor y primer productor, nada menos que John Hammond, durante las sesiones de The Freewheelin` (1963); que su reemplazo, Tom Wilson (el primer productor negro del sello Columbia), no tuvo problemas hasta que discutió con Dylan por la mezcla de "Like a Rolling Stone" (1966), y le mostraron la puerta; y que el sucesor de éste, Bob Johnston, se preocuparía en los siguientes siete años por jamás criticar las ideas de Dylan frente a la consola.Para mediados de los 70, el artista estaba dirigiendo él mismo las grabaciones, ya fuera directamente o por interpósitas personas como Johnston. Y el sello consentía sus caprichos, por ejemplo demorando la salida proyectada de Blood on the Tracks (1975, autoproducido) mientras Bob volvía a grabar la mitad del material con otros músicos. Admirador de la primitiva simplicidad en las grabaciones que hicieran los primeros recopiladores de folk y blues, como Alan Lomax, Dylan suele pasarle las canciones a los músicos cuando ya están en el estudio, y a menudo da por bueno el primer ensayo, cuando todavía están estudiándolas; desconfía del profesionalismo excesivo y los rebusques de los sesionistas. Los discos resultan así abigarrados, de una estridencia provocada por la acumulación de instrumentos sin más método que cierto horror vacui, todo en nombre de capturar espontaneidad, "vida" en una toma. Son la perfecta antítesis de los álbumes que en esos mismos años generaba una banda como Steely Dan. Si Donald Fagen hubiera tenido la oportunidad de controlar la grabación de Desire (1976), por ejemplo, habría empezado por echar a la mitad de la gente que se encontraba holgazaneando en el estudio, y contratado a músicos profesionales en vez de a alguien como Scarlet Rivera, la atractiva intérprete que Dylan había descubierto tocando a la gorra, y cuyo chirriante violín estropea buena parte del material. De más está decir que el teléfono de Fagen nunca sonó.CON WEXLER Y KNOPFLER.Pero en cincuenta años de carrera Dylan probó muchas cosas y, de tanto en tanto, daba con el productor adecuado. De esos encuentros surgieron algunos de sus mejores álbumes, al menos en lo estrictamente musical. El...

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