Multitudes en la calle

Las movilizaciones callejeras en Brasil han sido gigantescas durante las últimas semanas. Se originaron en un pequeño detonador (el aumento del precio del pasaje en el transporte colectivo) pero crecieron sobre otros temas, como el enorme gasto que demanda la organización del Campeonato Mundial y los Juegos Olímpicos.La extensión de esa revuelta, que no decae a lo largo de los días, ha alcanzado a más de cien ciudades, sacando a los espacios públicos a un millón de personas. El fenómeno debe entenderse en términos similares a los que permiten explicar las marchas de los indignados en España, en Nueva York y en Turquía, en cuyo fondo hay un componente económico y un malestar colectivo.Aunque tuvieron una dinámica similar, los alzamientos de la Primavera Árabe tuvieron un sesgo diferente, porque se trató de impactos de índole política orientados al derrocamiento de regímenes totalitarios. Ahora la gente que sale a manifestar no busca la caída de Mariano Rajoy ni de Dilma Roussef, sino que quiere hacerse oír y que se conozca su disgusto. Es un coro masivo, en el cual los indignados transmiten a los centros de poder la razón de sus marchas.Sensata como siempre, la presidente brasileña ha declarado que es preciso escuchar la voz de la calle. En esa voz está grabada la irritación por un aparato político corrupto y por el inmenso desembolso que exigen las futuras celebraciones deportivas, en un país donde tanta gente pasa hambre. Lo llamativo es que el gobierno no ha perdido demasiado margen de apoyo popular.La gente tiene derecho a manifestarse cuando se vive bajo un régimen de libertades, y esa expresión del clamor general forma parte de los privilegios de la democracia. Lo que parece discutible es en cambio lo que dijo hace pocos días un historiador...

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