Un navegante
| Autor | Martín Bentancor |
| Páginas | 62-63 |
UN NAVEGANTE
M A R T Í N B E N T A N C O R
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La muerte de quien sería el descubridor del Río de la Plata, Juan
Díaz de Solís (1470-1516) es harto conocida. Su relato ocupa un
destaque en los libros de Historia de la educación curricular,
alimentando hipótesis, refutaciones y hasta chistes vinculados al
primigenio concepto de una de las comidas típicas de este país,
el asado. Pero al margen de ese episodio concreto, la vida de
Juan Díaz de Solís no careció de aventuras, bajezas, proezas y
calamidades varias.
Hace unos años, el historiador Juan Antonio Varese publicó Los
viajes de Juan Díaz de Solís y el descubrimiento del Río de la
Plata, libro que reconstruye la personalidad y la biografía de un
hombre tan complejo que su propio nombre, elemento
determinante de la individualidad, es en sí mismo un problema.
Juan Díaz de Solís aparece en documentos registrales, cartas,
tratados y crónicas como Juan Díaz, Joam de Solis, João Diz, Jam
Dias de Solis, Joán Diez de Solis, Johan Díaz y también bajo el
mote de Bofes de Bagazo, término que aludiría a la capacidad de
su organismo para tolerar el alcohol (al parecer, sus pulmones,
«bofes», estarían saturados de «bagazo», el orujo de la uva
prensada para trocar en vino).
Varese, abocado a arrojar luz sobre la procedencia del
navegante, distanciándose de la postura que lo considera español
(nacido en Lebrija, Sevilla), refiere a una serie de cuatro
documentos que acreditan, sin posibilidad de error, el origen
portugués de su biografiado. Y es en esos documentos,
parcialmente transcriptos en notas al pie, donde van aflorando
algunos episodios que muestran la peor cara del piloto que
hallaría la muerte en el Mar Dulce, a saber, una requisitoria de
1495, cuando tenía 25 años, firmada por el mismísimo João II,
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