Un país sin esperanzas

Saqueos, muertes y una sensación de total pérdida de autoridad del estado clausuran el año en la República Argentina. Un período que parece marcar graves dificultades para el gobierno de la presidenta Cristina Fernández, ya debilitado por su derrota en las elecciones legislativas y la sobrepolitización que impone en todos los campos, desde la economía a la moral ciudadana. Una moral o su falta, dominada por la mentira de estado que no vacila a la vista de todos por adulterar los guarismos de la inflación, pretendiendo engañar a su propio pueblo. Todo en el trillo de las descaradas maniobras oficialistas para las cuales la sinceridad y el decoro ceden frente a las conveniencias fraccionales.El gobernador de Córdoba, la segunda provincia del país, ante una inadmisible huelga policial que lo privó de tropas para reprimir desmanes, pidió como correspondía ayuda al gobierno central. Pese a estar en juego la democracia éste, ni corto ni perezoso, dominado por sus sempiternos intereses e intuyendo la posibilidad de colocar en aprietos a uno de sus rivales políticos -principio rector de su estrategia- hizo oídos sordos a la requisitoria y permitió que el caos ganara las calles abriendo los grifos para los saqueos en masa de la ciudad. Los resultados, en medio de una población receptiva al temor, alentada por el ejemplo de su propio gobierno y carente desde hace años de reflejos cívicos, transitaron del miedo a la codicia ante la irresistible posibilidad del latrocinio sin consecuencias. Un estímulo presente en todos los pueblos si las circunstancias lo propician. Cuando el oficialismo advirtió su error ya era tarde y la desobediencia policial campeó por el resto del país. El proyectil cambió su trayectoria y explotó en pleno rostro...

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