La lección de “Tony” Pacheco

En una sociedad en donde los personajes públicos no siempre dan buenos ejemplos y en donde escasean modelos de conducta, el caso de Antonio Pacheco su apogeo, caída y retorno triunfal merece destacarse como portador de una serie de valores que deberían difundirse al máximo, en particular entre las nuevas generaciones.Emblema de su equipo durante muchos años, estrella genuinamente local sin rutilantes brillos internacionales, un director técnico lo despidió de manera ignominiosa cuando tenía 35 años, es decir, en una etapa usualmente terminal para todo futbolista.Por sus logros deportivos, por su condición de emblema del club, por el arraigo que consiguió entre su hinchada y por sus buenos modales dentro y fuera de la cancha, no merecía esa salida que lo envió al ostracismo por la puerta trasera. No se rindió ni llorisqueó su amargura sino que buscó otro equipo de primera división que lo asiló en sus filas y le permitió seguir adelante sin que el desencanto nublara sus virtudes deportivas ni borrara de su cara esa ancha sonrisa de niño feliz que sigue concibiendo al fútbol como si fuera un juego que lo es, y no un trabajo.Su nombre, siempre latente en el runrún de la tribuna, nunca dejó de corearse a modo de protesta por el ingrato final de fiesta que le fue reservado. Y un día, requerido por la gente y por un nuevo director técnico, volvió a su viejo equipo envuelto en la leyenda, pero con la ilusión y el entusiasmo de los debutantes. Fue ése, el fervor de su esperado retorno a casa el que lo indujo a poner su pierna derecha en donde no debía y a fracturarse la tibia y el peroné, una lesión cruel de donde pocos regresan y menos aún cuando están más cerca de los cuarenta años que de los treinta.Sólo un hombre con un temple a prueba de balas podía...

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