Un pequeño acercamiento a una de las cinematografías más relevantes del siglo XXI. El cine es rumano

AutorCarlos Diviesti
Páginas37-41
Un pequeño acercamiento a una de las
cinematografías más relevantes del siglo XXI
EL CINE ES RUMANO
Carlos Diviesti
AÑO IV / N° 35 / JUNIO - JULIO 2021
37
Si se aguza un poco el oído podría decirse que el rumano suena bastante
parecido al español. Parecido, nadie dice que suene igual, pero algo de latino,
de lengua romance, de tronco común, seguramente tenga. También que
Bucarest, su capital (cuyo nombre, de origen incierto, puede remitir al
príncipe Bucur, que también fue un proscrito, un pescador, un pastor o un
cazador, de acuerdo a la leyenda que más les guste; o que el término bucur
quizás venga del dacio, pariente del tracio, y que en rumano significa
«alegría» o «felicidad», de acuerdo al grado de optimismo con el que quieran
decirlo), fundada a orillas del Río Dâmbovița, tiene en común con las playas
orientales el mirar un horizonte que siempre está un poco más allá de ser
alcanzado. Lo que queremos decir, para ir a nuestro territorio, es que el cine
rumano tiene en común con el cine uruguayo el observar a su gente con la
distancia exacta que señala la ironía. En tren de comparaciones podemos
encontrar ciertas similitudes de tono entre «Whisky» (Juan Pablo Rebella y
Pablo Stoll, 2004) y «Bucarest 12.08»(«A fost sau n-a fost?» «¿Fue o no fue?», o
mejor,«¿Pasó o no pasó?» , Corneliu Porumboiu, 2006), no tanto en el
alcance de la lectura política de un pasado que va quedando atrás, sino en la
caracterología de unos personajes que nada tienen de heroico y que observan
el mundo con la impavidez de la resignación. «Bucarest 12.08» (Cámara de
Oro en el Festival de Cannes, 2006) le pregunta a su gente, la gente de Vaslui,
al este de Bucarest, qué hizo a las 12.08 del 22 de diciembre de 1989 para
saber si Vaslui tuvo alguna clase de participación relevante en la revolución
que marcó el final del régimen comunista en el país, que al fin de cuentas es
como inventarse una historia que no se ha vivido, como le ocurre al Jacobo
Koller de «Whisky». Algo que también hermana al cine rumano con el
uruguayo es que su presencia en las pantallas de todo el planeta comienza
con el siglo en el que vivimos. La piedra basal del «Nuevo Cine Rumano» data
del año 2001 y, como sucede con «25 watts» (también del 2001, y también de
Rebella y Stoll), un pequeño grupo de jóvenes que posiblemente no hayan
superado la adolescencia (¿cómo se supera la adolescencia si la sociedad no
tiende, políticamente, hacia la adultez?) encuentra en una changa
aparentemente sencilla el motivo para cambiar de rumbo, e irse de trompa a
la banquina. Esa película se llama «Marfa si banii» (que significa algo así como
«Cosas y plata»), la dirige Cristi Puiu, y provocó un cambio rotundo en la
mirada sociopolítica que presentaba el cine de aquellos países de la vieja
órbita soviética. «Marfa si banii» no se aparta del realismo ni subraya la sátira,
pero observa sin contemplaciones a la generación criada tras la ejecución de

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