Sin retorno: Pedro Rocha entró al arco

Murió Rocha. La noticia, surgida en la mañana del 23 de noviembre pasado, no fue sorpresa. Hacía años que se esperaba.Es que en noviembre de 2007, cuando Uruguay jugó con Brasil por las Eliminatorias en San Pablo, Ovación lo reunió en una charla con Darío Pereyra y Pedro, que por la ingesta de medicamentos que le eran vitales ya tenía el rostro delimitado por unas redodences que no eran naturales, hablaba lento, pausado, como si estuviera cansado de tanto trajinar la cancha, yendo y viniendo de área a área con su tranco casi de maratonista y zancadas largas, como lo hacía cuando jugaba.Sin embargo, no; Rocha zafó aquel sábado. No entró al más allá. El destino quiso que quedara la sensación de que había entrado y salido, tal cual lo hizo en la que -como ídolo indiscutido de Peñarol- haya sido, quizá, su jugada individual más visceralmente recordada, cuando (ver nota aparte) eludió al arquero rival en un clásico, entró con la pelota al arco de la Ámsterdam, dio una vuelta por detrás de la raya y salió trotando -con la pelota al pie- trotando hacia el medio de la cancha.Después de eso, entonces, sí; la vida, o la muerte, decidieron que Rocha se fuera el lunes pasado, como su extraordinaria trayectoria lo merecía, al fin y al cabo: bajo un palio de reconocimiento y congoja menos partidario, y más acorde a lo que representa su figura en el marco de la historia del fútbol uruguayo.Es que el "Daro", como lo llamaban en el Cerro -su barrio natal- de Salto, no sólo es el único jugador celeste que asistió a cuatro mundiales y, por reconocido y respetado, hasta los propios hinchas de Nacional que lo vieron jugar, aunque lo sufrieran bastante, hoy se preguntan con nostalgia qué pudo haber pasado en el Mundial de México si en el debut contra Israel no se hubiese desgarrado y quedara descartado para todo el campeonato.No es para menos. Jugando de entreala -hoy, volante- derecho, solía bajar hasta las cercanías de su área para luego, desde allí, armar el juego que él mismo era capaz de rematar, tras un largo recorrido que era devorado por sus piernas largas, con su más característica arma de ataque: de tronco erguido, sin encorvarse, recortaba la marcha, enganchaba para cualquiera de sus dos perfiles, preferentemente el derecho, y sacaba el latigazo fortísimo, espectacular, que en la mayoría de las veces parecía que iba a hacer explotar la red del arco contrario.No en...

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