El soldado desconocido

ES INEVITABLE el recuerdo de The Manchurian Candidate (El embajador del miedo, John Frankenheimer, 1962) frente a la premisa de Homeland, la serie de Showtime que el canal FX transmite para América Latina. Ambas parten del regreso a Estados Unidos de un par de soldados trastornados por la guerra, de la fanfarria heroica con la que se los recibe y del oportunismo con el que el sistema político pretende utilizarlos. Del mismo modo, ambas retratan la paranoia de sus respectivas épocas, y ambas se regodean en potenciarla al otorgar a sus protagonistas una cualidad siniestra, un desajuste que proviene no sólo del trauma de la experiencia sino de haber adoptado algún rasgo del enemigo. Como ocurría con los abducidos de Muertos vivientes (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1955), los personajes son los mismos en apariencia y radicalmente otros en esencia.PANTALLA TOTAL.Finalizada la segunda temporada de Homeland, sin embargo, es posible vislumbrar que las diferencias con The Manchurian Candidate son mayores que las similitudes. Mientras que en el film el soldado Raymond Shaw (Laurence Harvey) volvía de Corea luego de haber padecido un "lavado de cerebro", la serie plantea mecanismos de transformación mucho más ambiguos, si se quiere más abarcadores, que en lugar de recurrir a la alienación han penetrado en el yo del sujeto por la vía de los afectos y de la religión, como le ocurre al sargento Nicholas Brody (Damien Lewis) luego de ocho años secuestrado en Afganistán. La diferencia en la operación sobre los cuerpos y mentes de las víctimas las convierte, a su vez, en distintos tipos de victimarios, por más que ambos tengan la misión de asesinar a encumbrados políticos de los EE.UU. (el presidente en la película, el vicepresidente en la serie). Shaw era un títere; Brody es un converso.Pasando una línea provisoria podría afirmarse que la geopolítica post-11S que alimenta la serie ha generado un sistema de relaciones -y, por ende, una ideología- infinitamente más inestable que el clima de Guerra Fría bajo el que se gestó aquel film (por otra parte, profético del asesinato de JFK). Lo que en The Manchurian Candidate adoptaba un tono farsesco y caricatural para retratar la histeria anticomunista de los años 50 y principios de los 60 (algo que la remake de 2004 fue incapaz de recrear), en Homeland está teñido de un horror difuso que lo impregna todo: lo macro y lo micro, lo público y lo privado, lo social y lo doméstico. En ese estado de cosas -angustia...

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