Tragicomedia de estado con letras nuevas

Mariángel SolomitaFotos: Camilo NúñezLa noche en que se estrenó Las ocho horas sus autores y directores, Juan Ignacio Fernández Hoppe y Carlos Schulkin, deambularon por el primer piso del Registro Civil con el rostro entre sus manos. Encabullidos entre las cuarenta sillas de sala de espera que conforman la platea, espiaron nerviosos la primera función de su primera obra de teatro. Entre las rarezas que rodearon la realización de esta pieza, ocurrió una nueva, esta vez con el público. Durante los 70 minutos en que transcurrió el espectáculo, la realidad deshizo cualquier reacción imaginada con anticipación por sus creadores.El inicio de este proyecto puede remontarse a las ganas de dos amigos de la infancia de escribir juntos, a la lectura de una novela corta, a cómo Enron fundió a los Estados Unidos y a un viaje por el Reino Unido.En ese viaje Carlos Schulkin visitó un cementerio galés y se topó con la tumba de un viajante que murió "en la gloriosa Montevideo". Allí también conoció a Simon Evans, un ex-concuñado que se transformó en un personaje ficticio, medio loco, fraudulento e inspirador parcial de esta obra de teatro. Vio un documental (Los chicos más listos del mundo) que explica cómo una empresa norteamericana fundió al país creando empresas artificiales que burlaron al Estado. Y leyó Bartleby, el escribiente, en la que Herman Melville imaginó cómo un silencioso hombrecito desencadena el caos en una oficina burocrática negándose a trabajar.En manos de Schulkin y Fernández este material desconectado fue tomando la forma de una tragicomedia de estado. La rutina laboral más aburrida, la del prototipo de empleo público, inspiró un ejercicio de ciencia ficción. En Las ocho horas hay muchas historias inventadas, la que ve el espectador y las que están detrás, en su construcción, como contexto para que la narración convenza.Historias fantásticas. Que las sillas sean exactamente las mismas que se usan para ambientar las salas de espera fue una condición esencial. "Queríamos crear un teatro dentro del Estado, que fueras a hacer un trámite y te encontraras con una obra de teatro. En un momento entramos muy en la lógica de que todo fuera una ficción del hacer del Estado. Eso va en la consciencia de entenderlo como una ficción, pero sabíamos que no íbamos a superar la realidad, cualquier oficina del Estado es una locura total, por eso era imprescindible hacer la obra en una oficina pública", explica Fernández.En la oficina que crearon trabajan Camila, Líber...

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