Al trote contra el cerco del autismo

Son autistas que llegaron sin hablar y con la mirada gacha. Tras practicar equinoterapia mejoraron sus estímulos y comunicación. Es tan fuerte el vínculo que generaron con el caballo, que la primera palabra que pronunciaron fue su nombre.Germán tiene actualmente 14 años y es un autista de "alto funcionamiento". O, dicho de otra manera, con un espectro leve de la enfermedad. La primera vez que llegó a la pista de equitación, con 6 años, salió corriendo despavorido y sin rumbo, recuerda la instructora Lydia Lercari, directora del centro ecuestre "Sin Límites", ubicado en el Club Hípico Uruguayo, de Solymar."Llegó con su padre, se bajó del auto y salió corriendo por una pista verde de pasto. Pensábamos que no lo agarrábamos más. El pobre padre corría atrás de él, sin poder alcanzarlo. Esto fue algo que hizo durante un tiempo, durante las primeras clases. Ellos tienen cierto tipo de rutinas que van automatizando, y son difíciles de erradicar", explica Lercari.Al principio, Germán no se comunicaba con palabras y apenas gesticulaba. "Nosotros, en la primera parte de la práctica intentamos desarrollar la comunicación análoga, o sea, la comunicación no verbal. Y todo lo hacemos mediante el caballo. Por ejemplo, el caballo va caminando con el practicante encima, hacemos un alto y le ponemos la mano para que le dé una pequeña palmadita y le decimos la palabra "Paso". Allí, el caballo camina enseguida y eso el niño lo entiende", describe la instructora.De esta forma, una vez por semana y durante 30 minutos, Germán fue ensayando nuevas pruebas. Hasta que un día, después de casi un año sin pronunciar palabra alguna, Germán habló. Y dijo Varón."Varón es el nombre del caballo con el que practicaba", cuenta la instructora y agrega detalles de ese momento que, asegura, "son de esas cosas que hacen que todo valga la pena"."Íbamos caminando hacia la pista, con él arriba del caballo. Estaba yo de un lado y mi ayudante del otro. En un momento, y de la nada, dice su nombre. Yo no podía creerlo y entonces lo miré. Él me miró y repitió: "Varón". Nos miramos con mi ayudante y fue una emoción tremenda. Se me puso la piel de gallina y se me caían las lágrimas. Pero tenía que reponerme y seguir con la rutina, porque no se puede interrumpir una vez que empieza".De ahí en más, Germán siempre llamó a su caballo por el nombre, y poco a poco fue incorporando nuevas palabras.Hoy, con 14 años, "habla muchísimo", reconoce la instructora. "Le hacés preguntas y él, a su manera, te las...

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