La voluntad de permanecer

EN JULIO PASADO la ciudad de Oxford se vio agitada por el cincuentenario de la muerte de William Faulkner, ocurrida el 6 de julio de 1962, pero es inocultable que Oxford lo acusó de hablar mal de Oxford hasta que el premio Nobel lo convirtió en el ciudadano más célebre de Oxford, y que su obra siempre resultó difícil para el público. Cuando en 1949 le dieron el galardón sueco hacía siete años que sus libros no se vendían ni reeditaban. La situación editorial de Faulkner es apenas mejor ahora, y sin embargo su obra gravita en la literatura como un asombroso logro.La razón de que Faulkner merezca estudios y regresos es estrictamente literaria. No cazó elefantes, no militó por los derechos de los negros o los indios, no jugó en Wanderers, no cometió grandes transgresiones morales. Joseph Blotner le dedicó una monumental biografía y su trabajo arroja la abrumadora evidencia de que los datos no explican al hombre y el hombre no explica la obra. Todo lo que importa de Faulkner es lo que dejó escrito."Mi única ambición, como persona reservada que soy -dijo una vez-, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos que los libros publicados; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente perspicacia para prever lo que iba a ocurrir, como algunos isabelinos, y no los hubiese firmado. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias y a mi epitafio, sean ambas: Compuso libros y murió". La brevedad de su despedida es más orgullosa de lo que aparenta. Que haya protegido su vida privada con tanto celo arroja luz sobre otra de sus frases controvertidas: "Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo... Su única responsabilidad es con su arte. No deberá tener ningún escrúpulo y de ser necesario arrojará todo por la borda: honor, orgullo, decencia, seguridad, felicidad y, si tiene que robar a su madre, no dudará en hacerlo".Algunos escritores vieron en esta afirmación un permiso para robar a la madre y después contarlo, pero resulta obvio que Faulkner no pensaba en garantizar el arte con una mala vida sino en el sacrificio impuesto por la obra. Gran parte de su ambición fue expresar que los hechos no hablan por sí mismos, hay que asediarlos tantas veces como sea posible porque la verdad asoma como secreto, tiene estructura de secreto y no se puede conocer. Faulkner encarna un momento residual de la novela, que desde Walter Scott (1771-1832) dio al género la ilusión de conocer la realidad por su detalle. Frente a cualquier género dramático, desde entonces la novela reinó como el arte mejor dotado para recorrer y condensar el tiempo. Toda la novela del siglo XIX se consagró a ello hasta el paso extraordinario con que Marcel Proust descompuso el detalle en las caudalosas percepciones de un sujeto extraviado en su experiencia.Detrás de Proust y del empeño de James Joyce en cambiar la naturaleza de la novela por el tejido de los procedimientos verbales, Faulkner dio la realidad por perdida y entendió el lenguaje como una forma no resignada del asedio. Lo dijo en la novela, y acaso es de las últimas cosas importantes que dijo la novela en el siglo XX.La imaginaria ciudad de Jefferson y el condado de Yoknapatawpha, con sus negros, sus indios, sus blancos pobres y sus blancos ricos, desde los tiempos de la guerra de secesión (1861-1865) hasta la gótica modernidad del sur de los Estados Unidos, fue el escenario privilegiado de su visión narrativa. No sólo una voz, un carácter, los temas, los personajes, un tempo, un estilo. Sobre todos los recursos que utilizó para narrar sagas familiares -los Sartoris, los Snopes, los Sutpen, los Compson, los Bundren- impera una...

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