Excelencia y servicio

Páginas7-8
DERECHO
Publicación semestral de la
Facultad de Derecho de la
Universidad de Montevideo
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en esta Revista, son de su exclusiva
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Año IX (2010), Nº 18
Revista de
MENSAJE DEL DECANO
Excelencia y servicio
E
s común que en nuestros días y por estos lares, estas dos palabras
se entiendan como enfrentadas y contrastables.
La excelencia suele interpretarse como síntoma de individualismo,
insolidaridad, falta de juego en equipo, búsqueda personal de éxitos
egoístas a costa de los demás.
El servicio, por oposición, sería para algunos, imagen de solidari-
dad, juego colectivo y conformismo con una impersonal insuficiencia
que debe diluirse en un generalizado no destacarse demasiado y
bajar las revoluciones para evitar problemas. Dentro de este marco
la aspiración por la excelencia “no sirve” porque implica sobresalir,
destacarse, hacer más y mejor las cosas, dejando en evidencia la
chatura y la mediocridad.
En una hermenéutica más radical, se entiende al servicio como
sinónimo de servilismo, al que nunca se debe tender, pues contradice
nuestras raíces históricas más preciadas, que nos identifican con el
gaucho libre, rebelde y errante, sin ataduras ni límites geográficos,
que no se ata ni se somete a ningún tipo de norma ni autoridad. Servir
sería ser servil y serviles son los abyectos, los débiles y sometidos,
los que soportan con pusilanimidad lo que los “excelentes” no deben
soportar.
Y con este enfrentamiento de términos así estamos… Con estos en-
foques dicotómicos se pierde de vista que la excelencia supone servicio
y el servicio reclama la excelencia. El afán de superación y de mejoría
constante no debe resignar el encuentro con el alter – el otro – en una
permanente búsqueda de la complementación, de la cooperación y del
servicio, base de una mínima convivencia que apunte a la solidaridad,
la justicia y el bien común. Ser excelente por el mero hecho de sentirse
satisfecho con uno mismo y colgarse simbólicas medallas en el pecho
sería tan vacuo y fútil como hacerse trampas jugando al solitario. Tan
absurdo como enamorarse del propio aplauso.
Por su lado, servir sin aspirar a lo mejor, a la excelencia, a la supe-
ración cotidiana y permanente sería tan pobre, mezquino y resignado
como pretender hacer goles en arcos vacíos, desprovistos de arqueros
y sin defensas que intenten evitarlos.
Lo que pretendo argumentar es que la excelencia implica una ne-
cesaria y bienvenida competencia. Las unificaciones, los monopolios
sean del tipo que sean y las uniformidades sólo promueven conformi-
dad, quietismo, resignación y son el primer estímulo para retroceder
y rendirle culto a la mediocridad. La falta de competencia ahoga la
necesidad de superarse y mejorar; sofoca y reprime la iniciativa y la
creatividad tanto individual como colectiva. Induce a dejarse estar,
hacer lo mínimo indispensable para “seguir tirando” y a no pensar
en cambios ni mejoras; que esos cambios y mejoras los hagan otros,
los que vengan después.

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